EL CAMINO (Cap. 1)
- Jorge Hernández Sierra
- 26 sept 2021
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2022
Iba en un autobús de Madrid a Málaga con la próstata inflada y unas ganas de orinar incontenibles, no podía hacer nada más que arrepentirme…
Nacer en una pequeña ciudad tiene algunas ventajas: una infancia tranquila es una de ellas, la otra podría ser amigos inseparables, de los que literalmente no te puedes alejar mucho y, bueno, ahora mismo no se me ocurre otra. El punto es que Toluca es perfecta para crecer, pero cuando dejas de ser un niño te empiezas a sofocar. Digamos que el empaque te queda pequeño y los círculos sociales están más enredados que unos audiófonos en la bolsa del pantalón. En ese momento descubres que tu vida podría ser igual para siempre.
Soy uno de los hijos de la televisión de paga, comía solo frente a la televisión, mientras mi familia estaba en la cocina. Peligrosamente empecé a creer en los mensajes que salían de la pantalla: “los sueños sí se cumplen, los buenos siempre ganan, todo es posible”. Esas ideas aún me acompañan, de hecho, me motivaron a estudiar comunicación. Grave error. Al terminar la carrera no hay muchas opciones de trabajo, por no decir que son nulas. Creo que hay más comunicólogos que peces en el mar y justo así me sentía, como un pececillo nadando en aguas de autocompasión y prioridades revueltas, de aquí para allá tratando de esconder mis frustraciones con una sonrisa.
Sin proyecto de vida ni metas reales, compré un boleto de avión a Cancún y durante un mes, recorrí el sur del país comiendo galletas, cerveza y atún, junto con Gus y Hugo. Ver el amanecer en Bacalar se convirtió en mi referente de plenitud. Atravesamos Belice en una combi destartalada, en Isla de Flores nos robaron y después de 10 horas en autobús llegamos a casa de Pedro, mi hermano mayor vivía en Guatemala capital.
Mientras paseaba por Antigua entre casas de colores, flores e iglesias de adobe, un amigo me llamó y me pidió que tomara su lugar haciendo un video para una aseguradora en Canadá. Obvio acepté sin titubear. Regresé a México por Chiapas, cogí un vuelo en un aeropuerto con solo dos horarios y llegué a casa de mis padres. Dos días después me vi rodeado de los rascacielos de Montreal, los castillos de Quebec City y bañando por el agua helada de las cascadas de Montmorency. Así descubrí que hay un mundo más allá del que podemos mirar.
Al regresar, Rodrigo me recomendó para ser profe en una secundaria. Un comunicólogo dando clases de robótica, parece chiste, lo sé, pero chamba es chamba, ¿no? Fue emociónate al principio, llegué de 23 años, pensando que sería un trabajo de unos meses y sin darme cuenta quedé atrapado en la comodidad. Desafortunadamente para mí, aunque un tanto más para ella, usé a una mujer como válvula de escape. La idealicé y dejé caer el peso de mis inseguridades y metas incumplidas. Si llegas a leer esto, aprovecho para pedir una disculpa, la peor versión de mí te colocó en una posición muy incómoda.
Marzo 2020
Entonces ahí estaba, egoístamente pensando que esto era lo peor que le podía pasar a una persona y que mi vida era una mierda. A los 24 es bien fácil pensar que estás acabado y que ya solo vas en picada. Era quincena y la gasté con los amigos de siempre, los que nunca se han alejado. Fuimos a desahogar nuestras penas a un Karaoke con luces fluorescentes y murales mal pintados de artistas antiguos; un Juan Gabriel deforme por allá, un José José todavía más feo al fondo y un Buki que parecía una imagen de Jesús Cristo en el mercado. Después de que Sam nos humillara, porque él sí sabe cantar, llevamos nuestra fiesta a las calles y a los tacos. Los comimos con las manos sucias, usando las propias tortillas para formar el taco, la carne estaba toda concentrada en un mismo plato. Compartimos la cerveza y los cubiertos.
Cuando desperté, todavía ebrio y con dolor en las rodillas de tanto andar sin llegar a ninguna parte, recordé que era el día de la inscripción al máster que quería hacer en España, siguiendo una tradición que mis primos habían iniciado tiempo atrás. Un par de clicks sin leer bien las instrucciones y listo, lancé mi moneda al aire sin saber en lo que me estaba metiendo y volví a dormir.
Una semana después, el mundo pisó el freno de golpe y sin advertencia, zangoloteándonos bruscamente. En el grupo de WhatsApp de los maestros nos avisaron que las clases se suspenderían, más tarde nos llegó la circular oficial. Yo festejé, pues no me venían mal unas vacaciones. Los gobernadores hicieron anuncios diciendo que mantuviéramos la calma y que solo serían 15 días. ¡Vaya broma! Creo que la calma fue lo único que no se mantuvo, el papel de baño se agotó en todas partes como si fuera la medicina contra la enfermedad, hubo saqueos, rapiñas y desabasto. Una vez más los mexicanos mostramos nuestra verdadera cara, egoísta y violenta, como animales rabiosos a los que hay que enjaular. Bombardeados con cifras y noticias falsas, nos fuimos a casa, temerosos algunos; incrédulos otros. Ilusamente pensando que esto pasaría rápido.
De la nada y sin que nos preguntaran, las jornadas laborales se triplicaron con el trabajo en línea. Desayunábamos y trabajábamos, comíamos y volvíamos a trabajar, un ratito de Netflix y regresábamos a la carga. Mail, tras mail, tras mail. Me hice experto. Las juntas virtuales eran un laberinto sin salida. Nuestros jefes solo repetían que nos pusiéramos la camiseta. De nuevo pensaba que estaba viviendo una pesadilla, mientras que afuera de mi burbuja, la fuerza laboral del país se desintegraba, el pueblo perdía sustento y la vida, mientras yo desperdiciaba la mía frente a una computadora.
Abril 2020
El mes de mi cumpleaños solía ser un maratón de felicidad que terminaba en una fiesta legendaria en la casa de mis padres. Sin embargo, y como era de esperarse, los 15 días de confinamiento se convirtieron en meses. Me tocaba la frente todos los días para ver si no me había contagiado en alguna de mis escapadas a la casa de Arturo para jugar Xbox.
El 29 de abril celebré mis 25 años junto con mis padres, mi hermano mayor, su esposa e hija. Vinieron de Guatemala una semana antes del encierro y seguían sin poder regresar. Apenas si cabíamos en la casa: dos perros, dos matrimonios, un bebé y yo. Mi sobrina inició la cuarentena sin poder caminar y para cuando me fui, ya podía dar sus primeros pasos, lo cual definitivamente ha sido unas las cosas más hermosas que he presenciado.
En el aburrimiento y las ganas de algo nuevo, me rapé como Britney Spears y me di cuenta de que me estaba quedando calvo de estrés.
Mayo 2020
La gente empezó a tenerle más miedo al medidor de temperatura que al virus. Entre fiestas clandestinas y cubrebocas en la papada, seguíamos atrapados, los que podíamos, y los demás sobreviviendo. La pandemia era de nuevo un tema gracioso al que de alguna forma nos empezábamos a acostumbrar, un meme más.
Decidí enfocar toda mi energía a la maestría, en conseguir la beca del CONACyT y escapar. Traté de reunir los papeles, pero la burocracia, de por sí lenta, con las restricciones se volvió diabólica e insoportable. Hice el TOEFL dos veces porque en el primer intento no conseguí el puntaje. No me importó gastar miles de pesos, porque pensaba, ilusamente, que me darían la beca. Simultáneamente, intenté hacer la matricula en la Universidad de Sevilla y me llevé la sorpresa de que los trámites son un cáncer sin importar el país. Los humanos somos fanáticos de lo complicado.
A fin de mes, una muerte en Estados Unidos puso las pantallas del mundo en negro.
Junio 2020
El día del padre me reconcilié con él. Acepté que somos muy parecidos, después de negarlo con fervor durante años, incluso le echaba la culpa de mis carencias físicas y emocionales. Hoy reconozco lo injusto que fui al poner una barrera entre los dos. Perdóname, pa’, por favor. Eres un buen padre. Te amo y te agradezco todo, absolutamente.
Se acercaba el fin del ciclo escolar. Nunca imaginé cuán gratificante sería la docencia, mucho menos después de haberla encontrado por casualidad. Recuerdo con mucho cariño el primer día de clases y les juro que ahora mismo estoy sonriendo de oreja a oreja y con los ojos llorosos. Aquel día llegué bien vestidito y perfumado, me temblaba la mano al escribir en el pizarrón. No podía creer que unos niños me tuvieran así de nervioso, tartamudeando y sudando de las axilas como si estuviera corriendo un maratón.
Dos ciclos escolares más tarde, fue la ceremonia de clausura a través de Zoom, vestido de traje de la cadera para arriba. Aún llevo conmigo las sonrisas de mis alumnos, sus ocurrencias y gritos. Hice lo que pude para enseñarles. Admito que al final no me esforcé lo suficiente, pero espero haberles dejado al menos un aprendizaje significativo. Gracias, niños.
Julio 2020
En el cierre de la convocatoria del CONACyT, aún no recibía la carta de aceptación de mi Universidad, a pesar de que ya había pagado la mitad del curso. Mis pronósticos se cumplieron: no aceptaron los documentos y me quedé sin beca. No sé si fue autosabotaje, la pandemia o la burocracia, tal vez los tres. Lloré mucho esos días, perdí la fe y a mí mismo. En un parpadeo me había quedado sin empleo, sin beca y sin maestría.
Nuevamente frustrado, enojado conmigo y prácticamente con todos, reviví una vieja flama. Comencé a coquetear con una amiga que siempre he querido. Al final, los mismos problemas del pasado la apagaron. No somos el uno para el otro, solo quería desahogarme. Una disculpa para ti también, me gustaría ser tu amigo de nuevo, extraño tu risa y tus pésimos chistes.
Para el cumpleaños de mi mamá, lo único que ella quería era ver a su hijo Javier, el que vive en Guadalajara. Se lo comenté a Augusto y se ofreció para llevarnos, sabe que mi familia no tiene auto desde que voy en la secundaria. Un detalle que nunca olvidaré. Hacer feliz a mi mamá es lo que más deseo en esta vida. Fue una decisión arriesgada e improvisada en pleno semáforo naranja.
Al llegar, la ciudad nos recibió con un aguacero de proporciones bíblicas. Dimos varias vueltas, tratando de evitar las calles inundadas y cuando pensamos que lo habíamos logrado, nos quedamos atrapados a unas cuantas cuadras de la casa de Javier. Justo a la mitad de un cruce una ola de aguas residuales inundó la camioneta y se apagó por completo. Estuvimos flotando unas horas hasta que llegó mi hermano con una grúa. Vi la cara de Augusto llena de preocupación, era la camioneta de su mamá. <<Pérdida total>> fue lo que nos pasó a todos por la cabeza. Tuvimos suerte, al día siguiente un mecánico de barrio la arregló en cuestión de horas. Mi mamá pudo disfrutar de su cumpleaños, verla feliz me hizo feliz.
Agosto 2020
Incluso sin beca, decidí continuar con el plan de la maestría, sin pensarlo mucho, creyendo que no había alternativa y que solo así alcanzaría mi sueño, pero ¿cuál era? No lo descubrí hasta hace unos días. Entonces empecé a tramitar mi visa de estudiante para poder entrar a España, habían cerrado sus fronteras a extranjeros que no tenían justificación de viajar. Los trámites despertaron una bestia que llevaba mucho tiempo callada, una versión muy similar a mi yo de 7 años: grité, pataleé, rompí cosas. Cuando recuerdo esas imágenes, me da risa y vergüenza, un poco más de pena que gracia, en realidad.
Traté de ganar un concurso de guion sin haber escrito ninguno antes. Una falsa confianza nació no sé de dónde. Obviamente perdí.
Septiembre 2020
Desde que empecé a dar clases había creado una página web donde publicaba cuentos inspirados en personas importantes para mí. El resultado fueron 9 cuentos (ahora son 13), los cuales junté y mandé a imprimir bajo el nombre: Así como la luna…
Estoy eternamente agradecido por el apoyo que recibí aquellos días. Entre familiares y amigos me ayudaron a vender las 100 copias de mi libro; mal hechas, con faltas de ortografía y una pasta blanda que seguramente está destruida ya. Dicho gesto de solidaridad revivió mi esperanza y también el ego. Juro devolver, de alguna manera, ese cariño. Hice las entregas en la vieja bicicleta de mi prima, porque ya había vendido la mía. Anduve de arriba para abajo por toda la ciudad, me reencontré con viejos amigos que no tenía idea de que me recordaban. Yo lo haré por siempre. Aunque las ganancias no hayan sido muchas, no saberse solo fue la mayor gratificación.
Octubre 2020
El máster se había convertido en capricho y rápidamente en obsesión disfrazada de sueño. No quería aceptar mi fracaso como “artista” y que mi vida carecía de dirección, así pues, la idea de estudiar en el extranjero sonaba a perfecto escape. Nunca imaginé lo caro que saldría este anhelo prestado, producto de las historias que me contaban mis amigos sobre sus experiencias erasmus. Escuchar las anécdotas y ver sus fotos en Instagram, me alentó a continuar, queriendo vivir lo que ellos: las fiestas, estar en monumentos famosos; conocer gente nueva y, quién sabe, tal vez al amor de mi vida. No voy a mentir, esa idea pasó por mi cabeza, hay tantos testimonios que dan fe de dicha probabilidad que decidí seguir adelante, creyendo, inocentemente, que para cuando llegara a España, la pandemia estaría controlada. Pequé de optimista. No escuché las advertencias de cada persona que se enteraba de lo que iba a hacer. “¿A qué vas?, ¿a encerrarte? Mejor espérate un año”. Yo respondía altivo y diciendo que no lo hacía por el sexo y las fiestas, que quería estar en Europa para tener un futuro profesional, era verdad, aunque también deseaba lo otro.
Hubo señales concretas, vaticinios de lo que sucedería. Cancelaron mi vuelo dos veces, retrasaron mi visado, dos veces también. Firmé un contrato de arrendamiento sin leerlo y comencé a pagarlo sin siquiera saber cuándo podría ir. Escribí un sinfín de correos a la Universidad para estar seguro de que las clases serían presenciales, siempre respondieron que sí. Saturé el mail de la embajada de España en México. Pedí financiamiento al diputado local y a la presidenta municipal, nunca contestaron. Me rendí, acepté la derrota y dos días después recibí el correo de que mi visa había sido aprobada, ebrio en el patio de mi casa, cantando a las estrellas; mis amigos, mis padres y la luna fueron testigos. Una semana más tarde volé a Europa.
Continuará...
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