Pura Vida
- Jorge Hernández Sierra
- 24 feb 2022
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2022
No era su culpa, pero dolía como si lo fuera. Las ganas de escribirle asfixiaban sus noches. En más de una ocasión estuvo a punto de tomar el teléfono y marcar ese número que ya no tenía guardado, pero que aún se sabía de memoria. << ¿Qué hice mal?>> Se debatía en la madrugada, mientras daba vueltas en la cama, acomodando a patadas las sábanas hasta que el insomnio le daba una tregua.
El tiempo no parecía estar curando nada, al contrario. Su sonrisa seguía sin reaparecer, los consejos de sus amigas la ponían de malas y las canciones de Juan Gabriel la hacían llorar. <<Cada vez soy más señora>>, se decía entre lágrimas y mezcal. En la oficina ya no echaba el chisme con los compañeros, esas pláticas sobre fallas en las máquinas o borracheras en los días de asueto le parecían irrelevantes y aburridas. Solo cuando regresaba a casa, en ese auto color vino que tanto le había costado comprar, era ligeramente feliz. Pisaba el acelerador y bajaba las ventanas, dejando que el aire helado recorriera su cuerpo, erizándolo en ocasiones, despeinándola siempre. El sonido del motor calmaba su respiración.
Adelantó sus proyectos, puso a sus empleados ahora sí a trabajar y después pidió unas merecidas vacaciones. Tomó un vuelo a Cancún, pero no permaneció allí ni 15 minutos, subió al ADO que lleva a Playa del Carmen en cuanto salió del aeropuerto. Al llegar comió taquitos de pescado estilo gobernador y un aguachile de los que te hace aspirar con la boca. Enchilada y satisfecha fue directo a la parada de los colectivos con dirección a Tulum. Algunos recuerdos salvajes la invadieron en el trayecto, pero nada que el sol, la arena blanca y el mar turquesa no pudieran remediar. Lástima que el sargazo arruinó sus fotos, porque tenían el objetivo de mostrar su feliz independencia, trató de no darle importancia y fue a registrarse en el hostal más colorido que encontró.
Cuando abrió la puerta de su habitación compartida, un cuerpo desnudo la dejó pasmada, era blanco como la leche, pero de inmediato se puso rojo como tomate. El sueco cubrió su virilidad mientras decía “perdonar, perdonar”, como si la situación fuera al revés. Gaby gritó tratando de alcanzar el mango de la puerta y fingió no mirar ese cuerpo delgado, pero en forma. Por fin alcanzó la perilla, tiró de ella rápidamente y cerró con fuerza. Un segundo después estalló en carcajadas y dentro de la habitación, Kent nada más meneaba la cabeza de lado a lado con una sonrisa.
En la recepción lo escucharon todo y cuando Gaby bajó le preguntaron qué tal estaba el güero. Ella no quiso decir y mejor pidió información sobre los cenotes que había cerca. Le recomendaron Kantun-chi. Subió a la combi que te lleva por 12 pesos y un segundo antes de arrancar le hicieron la parada. Era Kent o el sueco impúdico como ella lo había bautizado. Al verse de nuevo no pudieron contener la sonrisa. Él se sentó en una fila adelante y Gaby solo alcanzaba a ver su perfil afilado y respingada nariz, de todas formas, ya le conocía lo demás.
Entre la selva intervenida por el humano se hallaban 5 cenotes de agua cristalina. El sol trató de iluminar parejo, pero la densidad de los árboles no lo permitía. La vegetación colorida y variada los hizo sentir como en Jumanji. El tercer cenote era más el grande, el agua caía por encima formando una pequeña cascada, al fondo había una cueva estrecha y oscura que despertó la curiosidad de Gaby. Emocionada e impulsada por los 30 grados que hacían, se quitó el chaleco salvavidas que se suponía tenían usar en todo momento y se aventó. El agua helada le hizo dar un grito y también la llenó de vida, la misma que creyó haber perdido unos meses atrás. Nadó boca arriba, en paz total, mirando el cielo despejado. Kent estaba más feliz por lo feliz que se veía ella que por el paisaje y el perfeto clima. Hizo como Gaby, dejó el chaleco en el suelo y entró de un chapuzón.
- Please, tell me that you are not naked – dijo Gaby, bromeando con él.
- No, no, not… yet – respondió Kent, tratando de ser gracioso y seductor, cosa que nunca le ha salido bien. Gaby soltó una pequeña risa, casi por cortesía, le salpicó un poco de agua y siguió flotando. Kent se arrepintió de inmediato de lo dicho y la dejó alejarse hacia la cueva.
Una vez dentro, la oscuridad se apoderó de todo, menos de un puntito azul que brillaba como si fuera la única estrella del espacio, era una pequeña bioluminiscencia que alegre recorría la cueva. Gaby moría por tocarla y avanzó en su dirección, empujada por una extraña corriente de agua fría. Mientras tanto, Kent, en busca de enmendar su error, nadó hacia la oscuridad también. La lucecilla se hundió profundo y la corriente aumentó su fuerza. Gaby, al darse cuenta, dio media vuelta y trató de alejarse, pero se estampó con Kent, que apenas iba entrando y no alcanzaba a ver nada.
- I think we should get out of here! – le dijo Gaby, haciéndolo a un lado.
Kent pensó que la había incomodado hasta que sintió la corriente jalándole los pies como si esta tuviera manos. Pronto se vieron en medio de un remolino que les impedía irse de allí. Gaby, con desesperación, empezó a dar fuertes pataleadas y largas brazadas. Kent trataba de conservar la calma, pero el agua los arrastraba vorazmente, succionándolos sin piedad. Lucharon al punto de quedarse sin energía, hundiéndose y sacando la cabeza varias veces, dando enormes bocanadas de aire. La última sumergida fue definitiva, la superficie se alejó cada vez más y más, creando un abismo total…
Gaby despertó frenética y se arrastró sobre las piedras lisas para salir del agua, tosió casi al punto de vomitar, veía borroso y le dolía todo el cuerpo. A pesar del mareo, pudo darse cuenta de que no era el mismo cenote por el que había llegado. De a poco fue recobrando el sentido, alzó la vista y divisó un ave de alas descomunales volando en círculos. Se reincorporó y vio un bulto flotando en el agua, era Kent. Corrió hacia él y lo llevo a la orilla, estaba inconsciente y la zangoloteada que le dio no sirvió de mucho. De inmediato vinieron a su cabeza los dibujos del curso de primeros auxilios que le hicieron tomar en la empresa. Lo puso de ladito, sintió su pulso y se alegró al descubrir que aún tenía. Después de unos segundos, Kent escupió casi toda el agua que tenía dentro. Asustado, totalmente desubicado tomó a Gaby de los brazos.
- Where are we? – preguntó como niño perdido.
Pero antes de que Gaby pudiera decir algo, el ave que sobrevolaba ahora iba en picada hacia ellos.
- Ruuun! - gritó Gaby, tirando del brazo a Kent para que se levantara. El pteranodon estuvo a nada de arrancarles la cabeza con su pico de un metro de largo.
Corrieron lo más rápido que pudieron y se metieron a la selva buscando refugio en los árboles, pero todo allí era gigantesco y no era obstáculo para el feroz animal que los perseguía de cerca. Gaby miró hacia atrás y se echó al suelo, Kent tropezó con ella justo a tiempo para esquivar el pico asesino y que este se clavara en el tronco de un mangle. Aprovecharon para huir lo más lejos posible de allí.
Cuando sus piernas se doblaron solas del cansancio y se sintieron un poco a salvo, se detuvieron, todavía en shock por haber estado al borde de la muerte dos veces en un día. Gaby miraba alrededor, tratando de entender qué demonios estaba pasando. El paisaje, aunque bello y tropical, lucía amenazante. Incluso la hoja de palma parecía capaz de rebanarte el brazo con su filo. Kent, en cambio, permanecía alerta, sin pensar tanto en el porqué y más en el adónde ir. Un rugido lejano les facilitó la respuesta: adónde sea menos aquí.
Después de varios kilómetros cuidando que sus pasos no fueran demasiado intrusos para los extraños animales con plumas y cara de reptil, la desesperanza empezó a notarse no solo en sus rostros, sino que en su cuerpos. El calor potencializado por la humedad los deshidrataba y así, con la boca seca, no dan ganas de pronunciar palabra alguna. Solo se miraban de vez en cuando y soltaban una pequeña mueca, cómplices de una experiencia inverosímil. Hasta que, de repente, entre graznidos, rugidos y extraños chillidos, un sonido familiar calmó su agobio. Eran las olas del mar estrellándose en la arena.
Con la poca energía que yacía en su cuerpo, Gaby se apresuró a atravesar la exótica flora, guiada por el oído y el olor del agua salada. Al llegar a la playa se detuvo de golpe, su pecho se infló de asombro y miró hacia arriba boquiabierta. Las fuertes pisadas hicieron temblar la tierra. Una familia de braquiosaurios sacudía la playa, iban en fila, la madre al frente, el crio en medio y el padre al final, vigilante y cauteloso. La escena le recordó a pie pequeño, cautivando el corazón de Gaby. El padre miró hacia atrás, hizo contacto visual con ella y no pudo evitar sentirse protegida. Asintió con la cabeza y el gigante hizo devuelta. Kent tarareó el theme song de Jurasic Park mientras se alejaban, los dos se echaron a reír.
El día comenzó a caer y el cielo se pintó de morado, dando paso a las estrellas. Eran miles, no, tal vez millones de lucecitas blancas adornando el cielo, que sin aviso se volvió azul marino. Tomaron un coco prehistórico, lo abrieron estrellándolo con una piedra y bebieron el fresco líquido sentados en la arena, recibiendo la brisa con gusto.
Ante la inmensidad del paisaje, majestuoso y brillante, Gaby no pudo evitar pensar en su madre. Le encantaría verlo y se lo platicaría a sus hermanas con lujo de detalle. Una lágrima escurrió por su mejilla, la idea de no abrazarla de nuevo era demasiado dolorosa. Cerró los ojos respirando con dificultad, muy cerca del sollozo. De la nada escuchó un susurro. El mar, las estrellas y la luna susurraban juntas: déjate llevar. Cada vez más fuerte y claro, eran las voces de sus tías, su madre y su abuela. Las distinguía perfecto, creció con sus regaños, risas y consejos. Y aquí estaban de nuevo, ahora gritando sabiduría. En eso, el oleaje se alborotó, los animales nocturnos reclamaban su dominio con aullidos. La piel se le puso chinita y los pelos erizados, a pesar de ello, Gaby se levantó confiada y atraída hipnóticamente hacía al mar. Kent quiso detenerla, pero ella solo negó con la cabeza. El primer contacto con el agua detuvo la tempestad. Silencio. Cesó la marea y a cada paso que daba surgía bioluminiscencia alrededor. Miró a Kent y le dijo que se acercara, tomó sus manos y apretó su cuerpo contra el suyo. Acomodó con cariño ese copetito lacio y rebelde que le llamó la atención desde el principio y besó sus labios suavemente. Después se dejó caer al océano, flotando y mirando las estrellas, al fin en paz. <<Déjate llevar>>, repitió en silencio mientras se hundía, cubierta totalmente en luz.
Kent trató alcanzarla, pero ya no había cuerpo alguno. El miedo y el estrés se apoderaron de él rápidamente. Volvió a la playa, se puso de rodillas, miró al cielo y vio una estrella fugaz. Debe ser ella, pensó. Cogió aire, valor y se lanzó de nuevo al mar.
Abrió los ojos casi asfixiado, aspirando aire como si se fuera acabar. A su alrededor decenas de personas formaban un círculo y lo miraban preocupadas. Kent se enderezó rápidamente.
- Gaby! Where is Gaby!? – gritó inmediatamente, mirando a todos lados como suricato.
Detrás de la multitud, ella se abrió pasó con la sonrisa de siempre y una linda flor en la oreja. Tendió su mano y lo ayudó a levantarse. Sin saber qué decirse, se fundieron en un abrazo de lágrimas y risas.
Para Gaby y Kent,
Ustedes son mi ejemplo de éxito y amor. No tienen idea de cuánto los quiero y admiro. Gracias por enseñarme que las comedias románticas sí son verdaderas. Su vida es una película que no me canso de ver. Por favor que no se acaben las cervecitas y los vinos dulces, tampoco el amor y mucho menos las aventuras.
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